
No deja de ser aleccionador el volver los ojos a la historia y comprobar ciertas sorprendentes similitudes, en siglos pasados:
«Carlos III favoreció como ningún otro monarca español el arte y comercio de la librería, con amplio espíritu, pero todavía continuó la previa real censura, hasta que las célebres Cortes de Cádiz, en 19 de octubre de 1810 sancionaron por primera vez la libertad de imprenta, cuyo acuerdo se publicó en 14 de noviembre. Aun así no se acabaron en definitiva las trabas y dificultades en la publicación de libros en España, hasta que en 23 de octubre de 1868 se decretó de nuevo la libertad de imprenta, sin censura ni requisito previo de ningún género, cuya reforma apareció en la «Gaceta» del día 24 de octubre. Durante esos cincuenta años estuvieron en vigor una serie de leyes especiales, decretos y reales órdenes, sobre el ramo de librería, cuya efímera duración se originaba en el cambio de ministros y obedecía a que eran dictadas las más de las veces por apriorismos políticos de actualidad o de escuela, pero en los cuales el legislador pocas veces atendió al fomento de la industria y comercio libreros».
(Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, S. A., Madrid).