Es costumbre, desde muy antiguo, dedicar loas y chicoleos al libro, hasta el punto de que una colección, siquiera fuese antológica, de ellas y de ellos, llenaría volúmenes de consideración. Entre tantas alabanzas conviene, pues, destacar alguna significativa, que bien puede ser la que adopta la forma rancia y prestigiosa de la letanía.
La más celebre letanía bibliográfica es la atribuida por Gabriel Peignot a Lucas de Penne. Gabriel Peignot, que vio parte de los siglos XVIII y XIX, fue un buen profesor que consagró ígneos entusiasmos al estudio metódico del libro –de que fue precursor en Francia- con la pureza y el desinterés propios de persona tan modesta que, según expresión suya, no hubiera dado ni el tabaco que cabe en una pipa para que su nombre le sobreviviese. Lucas de Penne es una incógnita que Gabriel Peignot dejó sin esclarecer, cosa que tampoco hacen los correspondientes lexicones biográficos.
Pero lo importante es la letanía bibliográfica de Lucas de Penne, que corre en varias versiones, si bien aquí se aceptará la que ofrece Gabriel Peignot.
La letanía en cuestión dice que el libro es:
Lumen Cordis.- El corazón tiene, sí, optimas cualidades, como son la bondad, la compasión, la valentía, no siempre tenidas en cuenta. Dijo Pascal y repite Eugenio d’Ors que hay razones del corazón que la razón no conoce. Pero también hay razones de la razón que el corazón ignora. De ahí se sigue una ceguera cordial que origina acerbos males y engendra desengaños. Ahora bien: para esa ceguera puede ser un apreciable remedio la luz del corazón que proporciona el libro.
Speculum corporis.- Cuando se coge un libro, sin apoyarlo en la mesa o atril, ¿no se le tiene a manera de un espejo de mano? Sí; pero ese espejo no devuelve la imagen del lector, aunque el lector vea a veces en el libro, por sobrada fantasía, la propia imagen. ¡Ay, si el libro fuera verdaderamente espejo del cuerpo! Seguramente habría mas riqueza de lectores femeninos...
Virtutum magister, depulsor vitiorum.- El libro efectivamente, enseña las virtudes y arroja los vicios, a condición, sin embargo, de que su finalidad no sea exclusivamente moral. Basta que un libro nos produzca un deleite estético o una preocupación intelectual para que surja la eficacia moralizadora. Pero los libros que se han propuesto esta, no la han alcanzado generalmente mas que haciendo intervenir intelecto y belleza.
Corona prudentium.- La corona, en términos generales, es un signo distintivo, según particularidades, de imperantes o nobles de varia condición. También distingue, cuando es de yedra, a cierto jocundo dios de la antigua mitología. ¿No son acaso los libros una nota distintiva de las personas mesuradas que andan con pies plúmbeos, que saben medir al punto el pro y los inconvenientes de las cosas? Justo, por lo tanto, es llamar a los libros corona de los prudentes.
Comes itineris.- Se cuenta de Plinio el Antiguo que aun en los viajes, que a la sazón no eran prototipo de comodidad, se dedicaba a los libros. De muchas personas puédese decir actualmente que solo tienen trato con los libros cuando van de viaje. El libro, por lo visto, compensa placenteramente el enojo de los largos trayectos, del paisaje monótono o archisabido, de las estaciones sin poblado. Pero huelga decir que las personas únicamente lectoras en ruta no son portentos de ilustración.
Domesticus amicus.- En el hogar tenemos a los padres de cabellos escarchados, o a la hermanita reposada que tan lindas labores hace con la aguja, o a los hermanillos que arman horribles trapatiestas, o a la esposa que mira el horizonte con ojos azules. Lo que no tenemos es un amigo, porque bajo el techo del hogar solo moran parientes. ¿No tenemos un amigo? ¡Si, si! El libro nos dice que si.
Congerro jacentis.- Cierto es que, a veces, la persona tendida en el tálamo por causa de enfermedad, no puede contar con la compañía del libro que hasta seria gravosa para su salud. Pero ¿hay estado mas bello que el de convalecer en una camareta blanca, con ventana abierta a la campiña primaveral, y con un libro en la mano que podamos leer como quien dice a sorbos?
Collega et consiliarius praesidentis.- No hay inconveniente, dirán algunos, en admitir eso de que el libro sea colega y consejero del gobernante. Pero es evidente, añadirán, que muchos gobernantes lo han sido sin usar mas libro que el de cheques y el de papel de fumar. ¡Cierto, ciertísimo! Pero da la casualidad que de esa caterva han salido los gobernantes mas taimados y deficientes. En cambio, ¡que magna es la figura de aquel John Gladstone, tan generoso, tan vidente, a quien, ajustándose a la realidad, lo presenta un retrato en el despacho de su casa, leyendo, abstraído, los dulces libros de humanidades!
Myrothecium eloquentiae.- Este elogio del libro tenia, en los tiempos en que fue elaborada la letanía –que data, cuando menos, del primer tercio de la centuria décimo séptima- un sentido que hoy no tiene. Entonces la elocuencia estaba férreamente determinada por los libros que le imponían el sendero a seguir, la guisa de andarlo y los gestos a producir. Hogaño la relación entre la elocuencia y el libro es mas laxa. Y quizás por ello mismo resulta mas oportuno decir que el libro es la capsula con perfumes de la elocuencia.
Hortus plenus fructibus, pratum floribus distinctum.- Puede parangonarse el libro, ciertamente, a un huerto repleto de frutos y a un prado salpicado se flores. Los frutos se llaman ideas; las flores, figuras retóricas. Y tanto el huerto como el prado, tienen en todo su perímetro un seto que ha levantado el estudio y la reflexión. Pero el seto, aunque ha recibido refuerzos de los poderes públicos en forma de ley de propiedad intelectual, impone poco respeto. Por eso lo trasponen tantos golosos, del cercado ajeno.
Memoriae penus vitae recordationis.- Pasaron ya aquellas épocas en que los aedas remontaban las amables colinas de de Grecia para dirigirse a las fortalezas donde narrarían las proezas de las divinidades antropomorfas; pasaron ya aquellas épocas en que los juglares escalaban las graníticas montañas de la Europa Central para encaminarse a los castillos donde recitarían hazañas de amor y de guerra. Entonces, la no existencia o la escasez de libros hacia ejercitar la memoria, que ahora ha decaído en importancia porque el libro la tiene en deposito y la hace vivir cuando es menester.
Pero no acaban ahi las alabanzas que del libro escribe Lucas de Penne o quien sea el autor de la letanía.
Añade que el libro acude cuando se le llama, corre cuando se le ordena, siempre esta presto, nunca deja de ser complaciente, contesta en cuanto se le interroga, revela lo oculto, ilumina lo oscuro, resuelve lo dudoso, protege contra la suerte adversa, templa la prosperidad, fomenta la riqueza, evita los derroches...
Todo ello esta bien, muy bien, puesto que seria baldío advertir que lo dicho en favor del libro en general ha de volverse al revés cuando se trata del mal libro.
Y claro esta que esto mismo –el daño que puede cansar un mal libro- habla muy alto en pro de la eficacia que tiene el libro en general.
F. Almela y Vives
Articulo premiado en el concurso convocado por la Cámara Oficial del Libro de Barcelona en 1929 con ocasión de la Fiesta del Libro.