En los albores del siglo XVI los libros que principalmente se leían eran los de caballería, y todos ellos tenían por tema los caballeros aventureros, cuyos hechos eran tan solo una reacción contra la anarquía feudal de la Edad Media.
Fijando nuestra atención en aquella edad en que la inocencia y la debilidad, privadas de la protección del soberano, no podían recibir otra cosa que la de los particulares, presenta una halagüeña figura la persona que, impelida por su generosidad, se consagra al socorro de los oprimidos. Tal es el fundamento del interés con que eran leídos los libros de caballería, fundamento sólido porque se funda en sentimientos virtuosos.
Si el éxito corona los esfuerzos del caballero, si vence, si destruye a los malandrines que infestan los caminos, a los grandes que tiranizan desde las fortalezas, a los gigantes que hacen peligrosos los campos, a los vestigios que atemorizan en las cavernas; si liberta de deshonor a doncellas, del injusto suplicio al inocente, al cautivo de las cadenas; si castiga a los usurpadores, restituyendo a su trono príncipes y princesas injustamente despojadas de el; si llena el orbe con la fama de sus proezas, si el caballero esta dotado de valor y fortuna, de celo por la justicia, generosidad, desinterés, sensibilidad y ternura de corazón, lealtad a su dama, amor a la gloria, desprecio a la muerte; si es robusto, gallardo y bello de cuerpo, este tipo será el ideal de estas sociedades. Tal fue la caballería en sus primeros tiempos. Pero todo degenera. Quizá desde antes de la Cruzadas, con la mascara de la caballería, salieran al campo seres que no podían, como en otros tiempos, ejercer su bandidaje.
En España entraron tarde los libros de caballería, pero quizá por la caballeresca cruzada de la reconquista se arraigaron mas, perjudicando mucho al genero novelesco, pues en lugar de pintar tan solo lo verosímil, describían lanzadas y mas lanzadas, cuchilladas y mas cuchilladas, fastidiosas relaciones de torneos, batallas, justas y aventuras, hasta la saciedad repetidas, errores groseros de la geografía, de la historia, de las costumbres, golpes desaforados, hazañas increíbles; al mismo tiempo, ternura y ferocidad, dureza y molicie, moralidad y superstición, y echando mano a lo portentoso, presentaban encantamientos, guerra de nigromantes, etc. En el vulgo, empero, se leían con afición estos libros, y de ellos se tomaban ideas y conceptos.
Los libros que por entonces hicieron furor, fueron: El Amadís de Gaula, por Ordóñez de Montalvo; el Amadís de Grecia, publicado en Lisboa en 1556; el Bernaldo del Carpio, escrito por Agustín Alonso en Toledo, año 1585; Palmerin de Oliva, publicado en Toledo en 1580; Palmerin de Inglaterra, del que es fama le compuso un discreto rey de Portugal; el Belianis de Grecia, por Jerónimo Fernández en 1547; Tirante el Blanco, publicado por Juan Martorell (Valencia 1490); D. Olivante de Laura, escrito por Antonio de Torquemada, Barcelona, 1564; Florismarte de Hircania, por Melchor de Ortega (Valladolid 1556); Orlando el Furioso, por Lodovico Ariosto; el Caballero Platir, y otros muchos de que da cuenta Cervantes en su gracioso escrutinio de la librería de D. Quijote.
Estos libros fueron causa de muchos adulterios, de competencia de mozuelos, obedeciendo ciegamente a caprichos femeninos, de atroces venganzas, de pequeñas injurias, desprecio del orden social, máximas violentas, lubricas escenas, etcétera y los libros estos llegaron a ser tan perjudiciales a las costumbres como al buen gusto.
Declamaron contra ellos el valenciano Juan Luis Vives, el P. Gracian y otros. Carlos V en 1543 no los consintió en las Indias, pero el que en ojo ajeno veía la paja se deleitaba leyendo uno de los novelones mas disparatados, el D. Belianis de Grecia.
Nada, absolutamente nada, se consiguió con tales censuras, pues no solo pueblo, sino nobleza y clero siguió escribiendo libros de caballería, hasta que salio a luz la Obra del inmortal Cervantes.
En ella pintó en D. Quijote lo ridículo del caballero andante y en Sancho lo de los que apreciaban y daban valor a los absurdos caballerescos. Presentó a uno y a otro en varias situaciones, en que siendo el objeto de la burla y la risa de los lectores la refleja sobre los paladines aventureros y los apreciadores de sus historias.
Los caracteres de las personas subalternas de la fabula, están tratados magistralmente, pero sin que lleguen a hacer olvidar lo que pudo tener de benéfico, generoso y recomendable la institución primitiva de la caballería, viendo solo en sus impertinentes exageraciones de amor y de valentía, lo repugnante e inconveniente de su ejercicio y su incompatibilidad con la civilización y el orden.
Cervantes intentó acabar con los desaforados desatinos de los libros de caballería, lo absurdo de sus transformaciones y milagros, la fealdad de sus errores históricos, geográficos y cronológicos y la repetición de aventuras y torneos; lo que consiguió cumplidamente como prueba el que después de D. Quijote no haya vuelto a publicarse ningún nuevo libro de caballería.
Nuestro lenguaje tan fácil para la mofa, el desprecio o el insulto, carece de palabras enérgicas que expresen nuestra admiración por las obras del Genio, con la misma intensidad que emociona nuestro espíritu al contemplar lo bien encarnada que se halla la vida humana con todas sus grandezas y defectos en el asendereado caballero.
Mezclad la risa con el llanto; animad el barro quebradizo con el fuego de un ideal; colocad todas las ridiculeces y desencantos de la vida practica junto a los pensamientos mas humanitarios y elevados y tendréis a D. Quijote.
Cervantes, el obscuro soldado de Lepanto, mas versado en desdichas que en versos, puso en su inmortal obra, toda la experiencia de un mundo que siempre le había pagado con ingratitudes; por eso la lectura del Hidalgo de la Mancha es sublime, épica y profundamente humana.
Inútil tarea buscar interpretaciones ni simbolismos en una obra que resplandece con la claridad de un sol; de seguro que Cervantes no pudo ni aun suponer, al engendrar su hijo predilecto, la huella eterna que este, obscureciendo sus otros trabajos, había que dejar en la literatura patria y en la literatura universal.
José Pérez de Tudela y Monserrat.
Alumno de 5º curso.
Fiesta literaria celebrada por el Instituto General y Técnico de Valencia : para conmemorar el III Centenario de la publicación del libro inmortal El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha : [8 de mayo de 1905] : Discursos, disertaciones y poesías
Valencia : Imp. de Manuel Alufre, 1905
237 p., [I] f. ; il. ; 22 cm